Mucho y bien se ha hablado de La Milla en Puente Romano (Marbella) por reconocidos escribanos gastronómicos. Esto junto con el hecho de balancear los caprichos gastronómicos del que escribe con una jornada de playa en familia suponían alicientes suficientes para visitarlo.
Cesar Morales y Luis Miguel Menor han conformado un restaurante en la misma arena. La palabra chiringuito no abarca lo que La Milla es en la actualidad. Se queda realmente corta porque el espacio es muy cómodo, las vistas que se disponen al mar, la limpieza que se lleva a rajatabla tanto en la sala como en los baños y una sincronización del servicio como pocas veces había visto en un restaurante de cierto volumen.
César y Luis Miguel tienen procesos perfectamente definidos que cubren quién te toma nota, quién te sirve la bebida, quién te levanta los cubiertos y marca la mesa, quién te trae la comida. Ver además el trabajo de los camareros limpiando pescados o acabando ciertos platos en la sala resulta delicioso. Capacidades que amplifican las sensaciones y por encima de todo aumentan la comodidad, un todo que te hace sentir bien. La suma de muchos pequeños detalles muy bien estudiados y ejecutados provocan que La Milla sea un lugar para estar y disfrutar del tiempo.
La carta es amplia con una abundante lista de sugerencias del día que merece la pena analizar con detalle. Como en la mayoría de las ocasiones, nos ponemos en manos del anfitrión, en este caso César Morales con solo una indicación: “Sin pasarse con el caviar. Estoy más interesado en probar las diferentes técnicas de cocinado del producto del mar». A veces, no viene mal ir a contracorriente del show-off existente.
Resulta cuasi obligatorio para abrir boca, el trío de concha en crudo. Bolo, concha fina y ostra para llenarnos de sabores ligeros y yodados. La anchoa con boquerón, queso comté y caviar resulta un pase obligatorio y más complejo donde salinidad y ligero amargor se dan la mano con la mantecosidad del queso. Acertado.
La gilda se localiza con concha fina y atún ligeramente encurtido. EL resto, anchoas de San Filippo, boquerones, piparras y aceitunas. Se degusta en dos bocados esta llamativa gilda que rompe a medias con los estándares sin perder su esencia. Esos puntos salinos y de vinagre que te empujan a seguir degustando.
Notabilísimas las quisquillas en crudo que se sirven con su cuerpo y huevas por separado. La comodidad se puede percibir desde diferentes ángulos. Desde el punto de vista gustativo, destaca ese dulzor yodado tan característico de este crustáceo. Para el que escribe, uno de los productos por antonomasia de los mares del Sur que cuando es bueno resultan totalmente diferencial. Para no parar.
Encuentro la tosta de pan brioche con tartar de gambas, su cabeza frita y tocino ibérico algo desequilibrada. El ímpetu gustativo del tocino ibérico se lleva por delante la elegancia de la gamba. El tartar de atún con clara de huevo y caviar es delicado en su ejecución. Se fríe solo la clara rematada con una ejemplar puntilla, pero gustativamente el punto salino y graso de la clara contrasta demasiado con el atún en crudo que debería tener más presencia como ingrediente principal.
A partir de aquí una cocina más esencial basada en el producto y en esas diversas técnicas. La fritura de boquerones y salmonetes es espléndida; sobre todo los primeros que se presentan en ese manojillo tan típico y resultan delicadísimos. También se probó la fritura de calamares de una limpieza elevadísima y con un tono dorado incesante. Continuo con un dúo de gambas, roja y blanca. La segunda, proveniente de la lonja de Marbella, me encandila más sobre todo por la sutileza del cuerpo/cola. Ambas realizadas al ¡horno! con suma precisión.
No pueden faltar los espetos. La Milla es uno de esos espacios donde también se espetan piezas grandes, pero en este caso degustamos sardina y salmonete. Esta forma de cocinar los pescados cuando se hace bien, resulta de una pulcritud hacia el producto elevadísima. En La Milla se utiliza madera de olivo por su potencia calorífica y por el limitado sabor que aporta a las diferentes piezas. Sensaciones gustativas puras y gran punto el que se consigue con pescados pequeños de elevada delicadeza. Hubo que repetir especialmente por el salmonete.
Para finalizar, el carabinero con sus patitas fritas. Se cocina a la brasa en un horno Josper. Realmente extraordinario, repleto de coral que junto con sus jugos conforma un cuchareo breve, pero de alta intensidad. Se percibe en ese néctar su elevada frescura. Servido casi cortado a la mitad de forma que el zumo no se desparrama. La carne nacarada se desprende con facilidad del cuerpo, un sinónimo de buen punto de cocina y frescura. Sobresaliente.
Espetos, fritura, brasa, horno, diferentes formas de cocinar un producto de elevada categoría aumentan la ambición gastronómica de César y Luismi en su Milla marbellí. Una estupenda carta de vinos, con posibilidades amplias de vinos por copas (coravin) y la sensación de cuidar cada una de las mesas por diversas que sean elevan la percepción total de la Milla. La concepción tanto gastronómica como de servicio y confortabilidad y los resultados que se alcanzan nos hace hablar de la Milla como un lugar para volver. Un restaurante de elevada solidez en la misma playa. Si se omiten los platos más fastuosos, la cuenta no resulta elevada para lo que se recibe y su emplezamiento.
La Milla: El lugar donde estar.
P.D: Si se quiere acompañar la comida con una jornada de playa, La Milla Marbella dispone de alquiler de camas que incluyen brocheta de fruta, agua y toalla (30-35 € por cama). Se descansa de verdad mientras se mira al mar con anhelo interior. Sublime comodidad la de estos lechos.
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