El 14 de junio de 1982 a las 21:00 me encontraba junto a mi padre viendo la tele. El había visto jugar a Pelé con el Santos en un Trofeo Naranja en el año 1959, y me hablaba del fútbol de Brasil. Un nueva y flamante Philips de la época introducía por primera vez en nuestro salón el ansiado color. El Mundial de Fútbol en España era la excusa para la nueva y esperada adquisición tecnológica financiada por mi abuela. Como cualquier niño español de la época, ya tenía mi camiseta de Naranjito.
Ese día, a esa hora, en Sevilla, concretamente en el Sanchez Pijuán, se medían la antigua URSS y Brasil. El frío contra el calor. La oscuridad contra la luz. Los gorros de invierno contra los tangas. Después del visionado del partido, yo ya era del jogo bonito, del Pao de Azúcar, de Copacabana, de Maracaná,de Sócrates (DEP), de Zico, de Eder, de Falcao, de Tonihno Cerezo, de todos menos del portero. Fue tal mi obsesión que cambié la bicicleta como regalo de Primera Comunión por la Canarihna. Mis progenitores no daban crédito, y se sucedían los debates varios con familiares y amigos: “No sé qué le pasa a este niño, que ya no quiere la bicicleta”.
Tres semana más tarde maldije a Paolo Rossi (delantero italiano), y a su puñetero hat-trick en el antiguo Sarriá, en uno de los mejores partidos mundialistas que ha habido hasta la fecha. Aquella llorera fue imposible de contener, días de tristeza por la eliminación de una selección que no era la mía, pero que siendo un niño me conquistó por su fútbol, por el color, por hacer de las noches de aquel Junio del 82 algo inolvidable.
El poso ya estaba dentro. De mayor soñaba en ir a Brasil, pasear por Copacabana, ver a la gente jugar al futbol, subir al Corcovado y al Pao de Azúcar. Fantaseaba con el fútbol, las garotas y el Carnaval. Casi 30 años más tarde, viajé a Brasil por primera vez, y en apenas tres años por cuestiones laborales he vuelto unas seis veces.
Pero no me esperaba Río de Janeiro, sino Sao Paulo. Ni hay playa, ni hay Corcovado, ni las garotas pasean con poca ropa cerca del mar. En cambio, tienen atascos de cientos kilómetros, y un río que apesta. En definitiva una megalópolis dura para vivir donde las distancias son eternas.
Ante tal “infierno”, he encontrado un pequeño oasis que se merece estas líneas, el bar-restaurante Mocotó. Situado a unos diez kilómetros al norte del centro de la ciudad, en una barrio tirando a humilde, en el que se respira autenticidad. Para nosotros y más de noche resulta una aventura llegar, por la oscuridad, y las pendientes. Uno tiene la sensación que no arribará nunca.
Pero una vez allí, cerveza, caipirinhas, croquetas, torreznos, carne seca, arroz, fabada,… Comida y bebida se unen para convertir un encuentro grupal en una de esas noches en la que te das cuentas que como dijo Mika Waltari «la vida es una borrachera y la muerte su resaca». Si uno se lo propone, una noche en Mocotó se puede convertir en un verdadero jolgorio.
La cocina de Mocotó representa el nordeste del país, sobre todo la zona de Pernambuco, de donde es originario el padre de Rodrigo Oliveira (actualmente alma-mater del local). Para nada me podía imaginar que éste iba a ser mi contacto con Pernambuco, cuando de pequeño mi madre me gritaba: “Como te sigas portando así, te voy a mandar a Pernambuco”. Aquellos alaridos que escenificaban lejanía, ahora resultan tan cercanos.
Rodrigo ha conseguido que Mocotó haya ascendido al número 12 en la lista San Pellegrino de Latinoamérica en su reciente publicación. De todas formas, en mi humilde opinión, mayor mérito tienen dos aspectos: haber dotado de ligereza a una cocina intensa, y sobre todo convertir a Mocotó en un lugar para el disfrute de los paulistas que llenan este popular bar a diario. No son los foodies sino la gente local, quien lo abarrota.
Se debe comenzar tomando unos vasos de cerveza bien fría en botellas de seiscientos mililitros, de las probadas en Brasil, nos quedamos con Serramalte por cuerpo y potencia.
Para compartir resultan imprescindibles los torreznos. Piel tremendamente crujiente, y sin exceso de grasa. Se acompañan de lima para proporcionar cierta acidez a esa contundencia. Uno de los fijos. Vuelan.
A continuación unos dadinhos de tapioca (almidón de la yuca) con cuajo de queso y salsa agridulce. Jugosidad, textura suave y agradable.
Podríamos seguir con lo más parecido a las croquetas, que en este país se denominan bolinhos. Aquí hay un tipo diferente de bolinho cada día de la semana. En nuestra última visita, probamos los de arroz que aun siendo lo menos destacado de este trío de entrantes, tienen un pase. Anteriormente, unas de chorizo realizadas en masa de mandioca, resultaron bastante más sabrosas.
Otra especialidad es la carne seca, con ella como base se preparan en Mocotó diferentes platos como el “escodidinho” (queso gratinado, mandioca y carne), la tapioca, y el carpaccio acompañado de queso, tomate y pimiento.
El primer plato con el que el padre de Rodrigo comenzó a conseguir cierto renombre en Sao Paulo (allá por 1977) fue el caldo de mocotó, ó caldo de tuétano, ó de hueso de caña. Untuoso, meloso, pleno de potencia y sabor, de densidad gruesa. No puede faltar cada vez que nos sentamos en una de estas mesas. Y para acompañarlo caipirinha. Con su fuerza, se agradece el contraste de una clásica (lima) ó de una con maracuyá. Ese equilibrio entre la fuerza del “mocotó” y la acidez de la fruta introducen al paladar en un bucle embriagador de cucharadas y sorbos.
Esa espiral provoca que comience la algarabía. La alegría del grupo aumenta. Las caras representan gozo. Las conversaciones se reproducen exponencialmente y entrecruzan. Disfruto viendo a la gente disfrutar. Me pregunto si la comida puede ser una excusa para seguir bebiendo. Estamos preparados para más.
Por ejemplo para el baiao de Dois, un arroz con frijoles, queso, chorizo, bacon y carne seca, que necesita una caipirinha más. A estas alturas de la película no resulta tan pesado como su enumeración expresa, y brilla por la soltura del grano.
Se puede finalizar bien con un mousse de chocolate con cachaça ó con un sorbete de melado de caña con rapadura (azúcar natural que es extrae de la caña). Este último una auténtica granada golosa para aquellos que tengan el nivel de azúcar por los suelos.
Me fijo en un escrito sobre la pared que dice:“ Sabores inteiros, momentos intensos” que podríamos traducir como “Sabores plenos, momentos intensos”. Lema que encaja perfectamente en este bar paulista lleno de encanto, que rebosa verdad. Deleite y risas con plenitud.
A estas alturas, ya ha llegado el momento para degustar una buena cachaça. Tienen más de trescientas. Siempre dejo que mis amigos brasileños elijan por mí; yo me dedico a degustar, imaginar, y provocar a mi memoria. Y creo que mientras bebo, soy capaz de viajar y recordar. Sevilla en el 82, Río de Janeiro ahora, Zico marcando un gol, las garotas. En definitiva, goles y curvas, diferentes trayectorias hacia un estado de gozo.
Cuando se acaba el trago, uno vuelve a la realidad. Beber ó volver. El hotel está a cincuenta minutos en coche.
Mocotó: » Mi oasis en Sao Paulo»
Para mis amigos brasileños
E Di manhá…. Que maravilloso remate a puerta en forma de post.
Gracias Juan por estar, leer y comentar. Seguiremos juntando letras para expresar sentimientos, unos gastronómicos, otros no tanto.
Tus impresiones sobre la ciudad no me han sorprendido. Un amigo mío lleva dos años trabajando allí y está hasta los mismísimos …. Con razón aludes a lo del oasis. Cocina muy diferente a lo que estamos acostumbrados, ¿no? De lo poco que sé, me consta que la carne es «el fuerte» de la gastronomía brasileña, pero también sé que trabajan bien los pescados, sobretodo a la brasa. ¿Tomasteis menú degustación? Me extraña que no hubiese pescado. ¿Lo había en carta?
Yo tengo vagos recuerdos del mundial de España, pero recuerdo que también aprovechamos en casa para cambiar la TV. Coincidencias de una generación!
Enhorabuena por el post! Nos vemos en 15 días, crack!
Toni, en la carta hay pescado. No estamos ante un restaurante de menú degustación. Para mí, esto es un bar popular donde comer y beber con amigos, y hacerlo muy bien. Informalidad, buena comida, caipirinhas, cachaças,….
Isaac.
Cuando vamos regresar en mocotó??
Felicidades por el blog! Muy interessante!
Ja,ja Vinicius si tú eres carioca. Yo no voy a Sao Paulo, sino me lleváis a Mocotó. Ya sabes donde es la siguiente, RIo de Janeiro. Prepárate. Gracias por el comentario sobre el blog.
Muy emotivo,,,,,,vaya memoria…..y por cierto…la camiseta ( que la tienes) ya no te vale? y la bici de donde la sacastes mas tarde?
Me gusta tu introduccion….mocotó de de bueno todo bss
Internet es una hemeroteca, si existe el recuerdo, todos los demás datos están. La camiseta me queda demasiado justa ahora. No entiendo el comentario de la bici.
Sin duda la introduccion , que mas me ha gustado y mira que las haces buenas , y eso que no soy na futbolero .
Son recuerdos, y añoranzas de todo un país. De noches de pijama en casa viendo futbol con mi padre (DEP)
No conocía yo esa faceta tuya tan «futbolera».
Desde luego que esos torreznos tiene una pinta envidiable.
Como vives, «bribón». 🙂
… «Aquellos alaridos que escenificaban lejanía, ahora resultan tan cercanos…»
Enorme Isac, enorme. Las referencias que haces hacia tu m,adre siempre sonsiguen ponerme la carne totalmente de gallina.
No te lo pasas mal por Brasilpor lo que veo tío, no sufres mucho…
Un abrazo
Aurelio
P.D.;: ¿y el efecto que le imprimía el tal Eder a la pelota? Cada falta a favor de Brasil era un espectáculo! A ver como el tipo ese le daba a la bola.
Trabajo y disfruto, ying y yang. Busca los goles de Brasil en el 82, y lo flipas. Zico, Socrates, Eder; Falcao….tela…
Además el oasis se disfruta a un precio muy razonable ¿no?. Supongo que el nivel de vida juega a favor.
Bueno Sao Paulo es una ciudad bastante cara. Siempre me invitan mis amigos brasileños; pero para nada es un sitio caro
Gracias por el comienzo de este post!!! Me emocionas!!!!Besotes!!!
COmo dicen los franceses: » es la vida, la nuestra»